Los consejos son algo curioso: Solemos tomarlos de quien no deberíamos.
Es decir, sobrevaloramos los de los expertos acreditados mientras que
menospreciamos la opinión de la gente común. ¿La razón? Le damos demasiada
importancia al status. Las credenciales de esta autoridad incrementan nuestra
expectativa de éxito si le hacemos caso. Y aunque sus predicciones, muchas
veces, son inexactas ¡La gente les presta atención a sus sugerencias! A la mayoría
de personas no nos gusta que nos aconsejen. Tendemos a valorar más nuestras
propias opiniones que las de los demás creyendo que nuestros críticos son muy estúpidos
para entender nuestro genio (O que los celos los corroen o que tienen
motivaciones ocultas o…) que admitir que quizá tienes razón. Y persistimos con
la esperanza de que las cosas nos saldrán bien, aunque las probabilidades
indiquen lo contrario. Asumir la humildad requerida consiste en una tarea
bastante ardua. La filosofía oriental tiene un truco útil. Según el monge
coreano Haemin Sunim, es necesario bajar tus defensas, no subirlas, cuando
alguien repruebe tus actos: “Aquellos que te hacen pasar un mal momento son
maestros disfrazados”. Proverbios 19: 20 y 21 dice: “Consigue todo el consejo y
la instrucción que puedas, para que seas sabio por el resto de tu vida. El
hombre puede hacer muchos planes, pero la decisión final es del Señor”.