“Ustedes han oído que se dijo a sus antepasados: “No mates, y todo
el que mate quedará sujeto al juicio del tribunal”. Pues yo añado que el que se
enoja contra su hermano está cometiendo el mismo delito. El que le dice
“idiota” a su hermano, merece que lo lleven al juzgado. Y el que maldiga a una
persona, merece ir a parar a las llamas del infierno” (Mateo 5: 21 – 22). Aunque
la mayoría de nosotros no porta arma de fuego, vamos por la vida disparando
prejuicios, escrúpulos, convencionalismos, tabúes, aprensiones,
arbitrariedades, recelos y suspicacias. No asesinamos a nadie, pero si matamos
con la indiferencia, no quitamos la vida, pero si oportunidades. Sepultamos a
los demás bajo una pila de prejuicios e ideas preconcebidas. Cuando distingues,
excluyes, restringes o prefieres a alguien basado en motivos de raza, color,
linaje u origen nacional solo consigues dividir en vez de reparar brechas.
Discriminas cuando anulas o menosprecias el reconocimiento, goce o ejercicio en
condiciones de igualdad, los derechos o libertades de los demás en cualquier
esfera. En la discriminación reina el odio ¡Es el amor el que debería gobernar
nuestra relación con los demás! El deseo de superioridad lastima y destruye y
está muy lejos de elevar y ayudar a crecer a nuestro prójimo. Si quieres
destruir algo, que sea solamente tus prejuicios. Atrévete a ir más allá de las
convenciones y ama de corazón a todos los que te rodean.