lunes, 13 de enero de 2020

Pienso, siento, actúo

“Ustedes han oído que se dijo a sus antepasados: “No mates, y todo el que mate quedará sujeto al juicio del tribunal”. Pues yo añado que el que se enoja contra su hermano está cometiendo el mismo delito. El que le dice “idiota” a su hermano, merece que lo lleven al juzgado. Y el que maldiga a una persona, merece ir a parar a las llamas del infierno” (Mateo 5: 21 – 22). Aunque la mayoría de nosotros no porta arma de fuego, vamos por la vida disparando prejuicios, escrúpulos, convencionalismos, tabúes, aprensiones, arbitrariedades, recelos y suspicacias. No asesinamos a nadie, pero si matamos con la indiferencia, no quitamos la vida, pero si oportunidades. Sepultamos a los demás bajo una pila de prejuicios e ideas preconcebidas. Cuando distingues, excluyes, restringes o prefieres a alguien basado en motivos de raza, color, linaje u origen nacional solo consigues dividir en vez de reparar brechas. Discriminas cuando anulas o menosprecias el reconocimiento, goce o ejercicio en condiciones de igualdad, los derechos o libertades de los demás en cualquier esfera. En la discriminación reina el odio ¡Es el amor el que debería gobernar nuestra relación con los demás! El deseo de superioridad lastima y destruye y está muy lejos de elevar y ayudar a crecer a nuestro prójimo. Si quieres destruir algo, que sea solamente tus prejuicios. Atrévete a ir más allá de las convenciones y ama de corazón a todos los que te rodean.