Durante los duros años de la Segunda Guerra Mundial, la moda era austera
y, dado que la materia prima era escasa, la ropa se confeccionaba con un mínimo
de tela. Al terminar la guerra, la gente se volcó a la frivolidad y buscaba
ropa más sofisticada. En 1947 Christian Dior presentó su nueva línea de ropa en
París, llamada “Corolle” (en alusión a la corola, o anillo de pétalos, de una
flor). Caracterizada por el uso excesivo de tela, rompía con la monotonía de
aquella austeridad (sus vestidos requerían entre 9 y 70 metros de tela). La
moda fue ganando un lugar central en la vida de muchos definiendo identidades
sociales y creado o modificando patrones de comportamiento y consumo. En la
Italia del Renacimiento, 500 años antes, la burguesía utilizaba la moda para
distinguirse de la vieja aristocracia. Se volvió un fenómeno de pertenencia
grupal, estatus, ostentación, lujo, frivolidad y un énfasis claro en las apariencias.
La Biblia en cambio, se preocupa mucho más por el adorno interior, manifestado
mediante un carácter semejante al de Cristo. 1 Pedro 3: 3 y 4 nos enseña que lo
que debe atraer a los demás es la belleza de un espíritu tierno y sereno,
precioso a los ojos de Dios. Para el apóstol Pablo en 1 Timoteo 2: 9 es más
importante nuestra capacidad de amar y servir a los demás y no nuestra
apariencia exterior.