Vivimos en la era de la velocidad. Nos encanta la comida rápida,
tenemos Internet de ultra velocidad, computadoras con procesadores más veloces
y automóviles que pueden acelerar de 0 a 100 km/h en 5 segundos. Los microondas
calientan nuestra comida en segundos, exigimos trámites cada vez más rápidos y
hasta incluso, existen divorcios rápidos. La velocidad parece convertirse en la
norma, y nos impacientamos e irritamos al extremo cuando tenemos que esperar.
Lo peor es que queremos aplicar esta fiebre por la rapidez a todos los procesos
y las acciones olvidando que hay cosas que no pueden acelerarse. Los procesos
de madurez física y mental, por ejemplo, necesitan respetar los tiempos
asignados por el Creador. No podemos transformar a nuestros niños en
adolescentes o jóvenes en forma prematura, porque no estarían preparados para
afrontar los desafíos que estas etapas conllevan. Una personalidad sólida y un carácter
sano requieren respetar los tiempos de madurez y crecimiento. Porque asi como
los agricultores saben que no deben acelerar el crecimiento del fruto en la
tierra, la madurez se alcanza solo al transitar las etapas que Dios ha
establecido. “La tierra produce las cosechas por sí sola. Primero aparece una
hoja, luego se forma la espiga y finalmente el grano madura.” (Marcos 4: 28).