El 6 de agosto de 1945, el bombardero
estadounidense B-29, llamado Enola Gay lanzó la bomba “Little boy” sobre
Hiroshima. Explotó a las 8: 15 am a una altitud de 600 metros sobre la ciudad
japonesa y mató a 140 mil personas. Este fue uno de los actos de guerra más
letales, dado el poder residual de destrucción de la energía atómica. Después
de detonada exitosamente la bomba, Robert Oppenheimer, “padre de la bomba atómica”,
apareció en una asamblea en los Alamos “sujetando sus manos como un campeón de
boxeo”. ¿Cómo se llega a tomar tal decisión? ¿Qué pasó por la mente de quienes
decidieron emplear esta arma de destrucción masiva? Según la embajada británica
en Washington, consideraban a los japoneses una “masa de alimañas”. Se
publicaban caricaturas de japoneses como infrahumanos, como monos. Las grandes
matanzas de los últimos tiempos tienen en común que fueron justificadas
rebajando, a un nivel infrahumano, el valor de aquellos a quienes se quería aniquilar.
La lógica seria: dado que ese grupo de personas, ya sean judíos durante el régimen
de Hitler o los japoneses antes del Hiroshima, son menos que humanos, no es
pecado capital el destruirlos. En estos y otros casos las personas son
representadas con características infrahumanas, son consideradas peligrosas y después
aniquiladas. Debemos como Jesús, centrarnos en el valor inalienable de la vida
humana y la posibilidad de restaurar la imagen de Dios en todo hombre.