domingo, 19 de enero de 2020

Infrahumano

El 6 de agosto de 1945, el bombardero estadounidense B-29, llamado Enola Gay lanzó la bomba “Little boy” sobre Hiroshima. Explotó a las 8: 15 am a una altitud de 600 metros sobre la ciudad japonesa y mató a 140 mil personas. Este fue uno de los actos de guerra más letales, dado el poder residual de destrucción de la energía atómica. Después de detonada exitosamente la bomba, Robert Oppenheimer, “padre de la bomba atómica”, apareció en una asamblea en los Alamos “sujetando sus manos como un campeón de boxeo”. ¿Cómo se llega a tomar tal decisión? ¿Qué pasó por la mente de quienes decidieron emplear esta arma de destrucción masiva? Según la embajada británica en Washington, consideraban a los japoneses una “masa de alimañas”. Se publicaban caricaturas de japoneses como infrahumanos, como monos. Las grandes matanzas de los últimos tiempos tienen en común que fueron justificadas rebajando, a un nivel infrahumano, el valor de aquellos a quienes se quería aniquilar. La lógica seria: dado que ese grupo de personas, ya sean judíos durante el régimen de Hitler o los japoneses antes del Hiroshima, son menos que humanos, no es pecado capital el destruirlos. En estos y otros casos las personas son representadas con características infrahumanas, son consideradas peligrosas y después aniquiladas. Debemos como Jesús, centrarnos en el valor inalienable de la vida humana y la posibilidad de restaurar la imagen de Dios en todo hombre.