En octubre de 1945, el filósofo Jean-Paul
Sartre pronuncia en Francia, su famosa conferencia “El existencialismo es
humanismo”, doctrina según la cual el hombre no es ninguna sustancia
determinable objetivamente, sino que su ser es un hacerse a si mismo. Sartre
era ateo y su tesis, su posición, era la siguiente: “Como Dios no existe,
tampoco existe, por ende, la naturaleza humana. Así, el hombre no tiene esencia
o naturaleza, y es solo lo que él mismo ha hecho en El. Así, la idea de un
dios, es simplemente, funcional para la reprensión y la restricción de la
libertad. Para ser feliz, según su tesis, hay que alejarse de la iglesia, de
los reglamentos, de los valores. Nada ni nadie pueden imponernos las ideas. Por
lo tanto, cada ser humano es responsable de sus valores. Entonces, desaparecen
los valores universales y absolutos, y emergen los individuales. El infierno
son los demás. Por eso, si es necesario, no hay que tener en cuenta a los
demás, con tal de alcanzar nuestras metas”. Juzgue usted, estimado lector. Si
pensamos que no hay Dios y que no fuimos creados por El, tambalea nuestro sentido
de origen y pertenencia; y, por ende, también nuestro destino. Alejados de la
obediencia a las leyes de amor de nuestro Padre celestial, se desmorona también
nuestra felicidad.