En nuestra sociedad tecnificada y sofisticada –basada sobre la
imagen y recargada de materialidad-, las relaciones virtuales –mediadas por las
redes sociales- implican dependencia de la tecnología. Padres e hijos se
comunican mediante dispositivos electrónicos, aun bajo el mismo techo. Y
personas físicamente presentes no logran comunicarse, pues están inmersos en el
mundo virtual de sus celulares inteligentes. La imagen lo es todo. Quien no se
viste a la moda pasa totalmente desapercibido, en el mejor de los casos, o es
discriminado y segregado, en el peor de los escenarios. La tiranía de la moda
impone una dependencia de sofisticaciones y accesorios. Inadvertidamente, lo
simple y sencillo es más atractivo, eficaz e, incluso, hasta barato. Leonardo
Da Vinci decía: “La simplicidad es la mayor sofisticación”. Necesitamos
simplificar el mensaje evangélico, haciéndolo comprensible para personas
totalmente ajenas a lo espiritual. La falta de sencillez en la explicación se
debe a la incomprensión del tema, como afirma Albert Einstein: “Si no puedes
explicarlo con sencillez, es que no lo has entendido lo suficientemente bien”.
Pero resumir y simplificar demanda tiempo: “No tengo tiempo para escribir una
carta corta, así que, en su lugar, escribiré una larga”, dijo Mark Twain. El
analfabetismo bíblico de esta sociedad hipersecularizada demanda que nos
esforcemos por vivir un evangelio sencillo, que nos lleve a relacionarnos con
los demás genuinamente simplificando nuestra exposición de las verdades
bíblicas. El destino eterno de las personas depende de ello.