A veces, un corazón roto cambia a las personas. Aprendes a ocultar
tu amor y no solo a esconder tus sentimientos. Tienes que destruirlos, matarlos
antes de que ellos te maten a ti. Y concentrarte en ti misma por primera vez.
Ya no te enojas y solo observas, piensas, callas, te decepcionas y te alejas si
es necesario. Llegas a la conclusión de que nadie le rompe el corazón a nadie,
es uno mismo el que se lo rompe mientras trata de meterlo a la fuerza donde
bien sabe que no cabe. Tu vida se vuelve un infierno cuando ardes de amor por
alguien que pertenece a otro cielo. Pierdes contacto con la quietud interior,
pierdes contacto contigo mismo. Cuando pierdes contacto contigo mismo, te
pierdes en el mundo. Y solo a fuerza de desengaños descubres que los cuentos de
hadas no existen y que algunos amores solo pueden vivir en tu corazón y no en
tu vida. ¡Sientes que lo pierdes todo! Pero en realidad te liberas para hacer
lo que debes. Entonces decides ser feliz, pero no por alguien, tampoco por
algo. ¿Quizás con alguien? ¡Nada de eso! Eres feliz porque al fin y al cabo es
lo que mereces. Aprendes que cada persona que conoces en la vida es como una
hoja que enriquece tu árbol. Muchas se sueltan con el viento y otras no se
desprenden jamás. Mi madre solía decir que el amor nunca se malgasta aunque no
te lo devuelvan en la misma medida que mereces o deseas. –Déjalo salir a
raudales –decía-. Abre tu corazón y no tengas miedo de que se rompa. Los
corazones rotos se curan. Los corazones protegidos acaban convertidos en
piedra. Un aplauso a mi corazón por aguantar tantas cosas.