El número de personas que padecen hambre en el mundo alcanza los mil
millones (una de cada siete personas se va a dormir con hambre). La otra cara
de la moneda es el aumento de la obesidad, padecida por uno de cada ocho
adultos y originada por la falta de acceso a alimentos nutritivos debido a su
mayor costo. Entonces, ¿Cómo explicar estos fenómenos si el mundo produce
alimentos más que suficientes? La respuesta está en el tercio de todos los
alimentos que se estropea o se desperdicia antes de ser consumido por las
personas y que, accidental o intencional, conduce a una menor disponibilidad de
alimentos para todos. Un 20% de la carne de vaca, un 35% del pescado y un 45%
de las frutas que producimos al año se pierden. ¿Sabía que un restaurante
promedio tira a la basura el 40% de los alimentos por mal preparación, por
caducidad o porque el comensal lo deja en el plato? 25 mil personas mueren al
día por hambre, de ellos 8500 son niños. Mientras tanto, en muchos de nuestros
hogares, compramos más de lo que podemos comer y a menudo dejamos, por
negligencia, que la comida caduque en nuestra nevera. Todo lo anterior
demuestra que desperdiciamos más comida en el mundo de la que podrían consumir
todas las personas hambrientas. Debemos mejorar nuestros hábitos de consumo y a
través de actos de misericordia cristiana, que son un verdadero evangelismo,
alimentar al vecino necesitado y que con ello puedan percibir una demostración
visual del amor de Dios por la humanidad. ¡No tenemos excusa para olvidar al
pobre y al necesitado!