jueves, 6 de diciembre de 2018

Mi guitarra

Mi madre me regaló mi primera y única guitarra, la cual conservo, desde hace más de 30 años. Mi guitarra ya existía desde antes de que yo viniera al mundo y no le importó quien era yo, si sabía tocar o cual género musical me gustaba más. ¡Simplemente me aceptó! Durante todo este tiempo ha sido mi terapeuta, me ha ayudado a aliviar las penas y ¡Es la única que nunca me ha abandonado! Muchas veces ha acompañado mi soledad y me ha escuchado en medio de la tristeza, siendo la única que me entiende cuando he llorado y siempre ha estado ahí cuando he necesitado de alguien y no hay nadie. En incontables ocasiones mi guitarra se ha adueñado de mi dolor en forma de melodía triste y me he desahogado con ella como si tuviera más sentimientos que una persona. ¡Si mi guitarra hablara tendría muchas historias que contar! Con ella he llegado a creer que no somos nosotros sin ciertas cosas que, aunque no lo parezcan son indispensables. No es que esté atado a ella; al contrario, mi guitarra me ha liberado y ha sacado mi personalidad afuera. Cuando la tomo en mis manos siento algo primitivamente calmante que se va a mi sistema nervioso y me hace sentir que estoy a diez metros de altura. Con ella he aprendido que hay mil sentimientos dentro de cada conjunto de notas y que cada sentimiento representa un momento de mi vida. Seis cuerdas y un trozo de madera… Jamás pensé que dos cosas tan sencillas me harían tan feliz.