Jesús dijo que: “Dios bendice más al que da que al que recibe”.
Todo lo que haces con amor, desinterés y sinceridad regresa a ti con mayor proporción.
No importa cómo te paguen los demás, la recompensa viene de arriba y no llena
tu ego, sino tu corazón. Todas las cosas que salen de ti, regresan a ti. Así
que no es necesario preocuparse por lo que vas a recibir. Mejor preocúpate por
lo que vas a dar. Todo aquello que das, te lo das a ti mismo y todo aquello que
no das ¡Te lo quitas! En este mundo lo que nos hace ser ricos no es lo que
adquirimos, sino lo que damos. Tal vez en lugar de crecer, necesitamos
empequeñecernos para mirar aquello que llamamos realidad con los ojos de un
niño. Deja siempre suficiente tiempo en tu vida para hacer algo que te haga
feliz, te de la mayor satisfacción y te traiga alegría. Cuando das, encuentras
en la felicidad ajena tu propia felicidad. Esto tiene más poder sobre tu bienestar
que cualquier otro factor económico. No subestimes el poder de una caricia, una
sonrisa, una palabra amable, un oído atento, un cumplido honesto o el mas mínimo
acto de cuidado ¡No tienes idea del potencial que tienen de cambiar una vida!
Es verdad que hay momentos en la vida que son especiales por si solos, pero
compartirlos con otros los convierte en momentos inolvidables. Las cosas son al
revés: Creemos que al recibir seremos felices, pero, de hecho, es dar lo que
nos produce la mayor satisfacción.