Después de la muerte de Josué y su generación, el pueblo se volvió
a los baales, por lo cual se encendió contra ellos el furor del Señor quien permitió
que sus enemigos los oprimieran. Entonces el pueblo se arrepentía y clamaba al
Señor por liberación. El Señor levantaba jueces para librarlos, pero pasado el
tiempo de un juez, otra vez se apartaban. ¡Esto sucedió 13 veces en 356 años!
Jueces 6 nos relata, por quinta vez, a un Israel tocando fondo antes de
volverse a Dios. El libertador designado en esta ocasión se llamaba Gedeón el
cual en el momento de su llamado estaba limpiando trigo, a escondidas de los
madianitas. El ángel de Dios se le apareció a Gedeón y le dijo: —¡Qué fuerte y
valiente eres! ¡Por eso Dios está contigo! La respuesta de Gedeón fue culpar a
Dios de la situación del pueblo en lugar de confesar a Dios de los pecados que crearon
los problemas. Sin embargo, Gedeón acepta la misión y Dios prueba severamente
su fe al disminuir las tropas judías de 32 mil soldados a 300 que irían a la
batalla contra 135 mil enemigos (Jueces 8: 10) ¡450 a 1! Con un ejército tan
pequeño, no podía caber alguna duda de que cualquier victoria provendría de
Dios. ¿Las armas de este minúsculo ejercito? 300 trompetas, 300 cántaros rotos
y 300 antorchas encendidas que provocaron que los enemigos empezaran a matarse
unos a otros entre ellos, sin que nada ni nadie pudiera explicar la causa. Esta
historia demuestra que un corazón guerrero enamorado de Jesucristo, alcanza y
sobra para emprender y ganar una batalla... ¡No lo hará usted, lo va a hacer
Dios a través suyo!