Llego a la casa, cansado, después de un duro día de trabajo y
todas las luces están apagadas. Alcanzo con mi mano el interruptor de luz, pero
siento que ya hay otra mano ahí. Una cara sonriente me está espiando desde la
oscuridad, detrás del cristal de la ventana de mi dormitorio… Vivo en el noveno
piso. Después de llevar tantos años viviendo solo en ese apartamento tan
grande, aun no entiendo porque siempre cierro muchas más puertas de las que abro.
Crecí con gatos y perros y me acostumbré al sonido de los arañazos en la puerta
de mi habitación mientras dormía… ahora que vivo solo es mucho más inquietante.
Escucho un sonido suave y espeluznante, pero cuando dejo de escucharlo, sé que “eso”
horrible, que me sigue a todas partes, me ha encontrado. Miro a la izquierda, a
la derecha, a mis pies, en el vestíbulo y hasta debajo de la cama… pero nunca
miro hacia arriba, porque odia que le miren a los ojos. Son las tres de la
mañana y mi apartamento empieza a oler a azufre y me despierto. Tardo mucho en dormir
por culpa de la tétrica mirada de ese ser en aquel cuadro. Sin embargo, me percato
de inmediato que no es un cuadro, sino un espejo… “Yo tampoco puedo dormir”, dijo
ella... Esta mañana encontré en mi móvil una foto mía durmiendo y abrazando el
vestido con el que sepulté a mi esposa. Dicen las enfermeras que vienen a
visitar mi habitación acolchada que fue solo un sueño…