Existen personas
que se dejan llevar por sus emociones o impulsos sin reflexionar en las
consecuencias de sus actos. Son espontáneas, enérgicas y temerarias. Hablan sin
pensar y por arte de magia son “olvidadizos”. Cometen errores y toman decisiones absurdas
que tarde o temprano terminan lamentando. Una persona impulsiva, dominante y
gritona, jamás puede aducir que tiene carácter. Al contrario, tener carácter es
saber controlarse y poder decir si o no en forma asertiva. Una persona impulsiva
interrumpe, responde inesperadamente antes de que se haya concluido una pregunta.
Sus respuestas son caóticas y sus reacciones impredecibles. Nunca sabes si te
va a amar o te odiará. Si te echará de su vida o te pedirá que no te vayas
nunca. Logran herir con muy pocas palabras o hechos y pocas veces se arrepienten.
Y en algunos casos ¡se arrepienten cuando el daño está hecho y es muy tarde para
remediarlo! La impulsividad los lleva a autoengañarse en una pronoia que les
hace creer que todo el universo conspira a su favor produciéndoles ataques
repentinos de optimismo e incrementos de buena voluntad. No podemos esperar
nada bueno cuando dejamos que la impulsividad domine nuestras emociones. Por
tanto, antes de actuar, escucha. Antes de reaccionar, piensa. Antes de criticar,
espera… ¡Antes de que sea tarde!