La vida es tan corta como para vivirla
con odio y rencor hacia los demás. Por tanto, hoy decido perdonarle. Quizás no
sea porque usted lo merezca, sino porque en mi corazón no acostumbro a cargar sentimientos
que me detengan seguir adelante. Shakespeare decía que: “El perdón cae como
lluvia suave desde el cielo a la tierra. Es dos veces bendito; bendice al que
lo da y al que lo recibe”. Sin embargo, mi perdón no excusa de ninguna manera su
comportamiento. Le perdono porque solo así puedo abandonar el resentimiento y
contemplarle como un ser humano a pesar de todo el daño que usted me ha
ocasionado. Le perdono por todo lo que usted sabía que me iba a doler ¡Y aun así
lo hizo! Usted es de los que creen que pueden dañar a otro y esperar que la
persona lastimada actúe de la misma forma que usted. ¡Y no fue así! Lo único
que hice, en silencio, fue tratar de comprender sus razones y que fue lo que le
llevó a hacer la vileza de ¡Provocarme tanto dolor! Aun no encuentro una razón válida
y no sé si la llegue a encontrar. Solo sé que usted me dio una lección muy
importante y la resumo en palabras de José Saramago cuando dijo que: “Los peores
hijos de puta son los que menos tienen aspecto de serlo”. Y no he de negar que sentí
ganas de que le pasara algo malo. Pero después pensé… ¿Para qué? Si lo malo ya
lo lleva por dentro. Más bien hoy le dejo un regalo silencioso en el umbral de
su puerta… Mi perdón.