Cuando creí que tenía todas las respuestas, de pronto, me cambiaron
todas las preguntas… Y se convirtieron en preguntas que no me quieren responder,
no me pueden responder o no me deben responder como si fueran habitaciones
cerradas o libros escritos en una lengua muy extraña. ¿Por qué es tan difícil responder?
No estoy preguntando de qué color es un espejo o de que barrio es Paquita. ¿Será
que no podría vivir con las respuestas verdaderas? O ¿Será mejor recibir mentiras por respuestas?
Desde luego no serían buenas ni útiles. Entonces, ¿De qué me servirían? ¿Será
que debo tener paciencia y quizá después, poco a poco, un día lejano y sin
advertirlo, afloren las respuestas veraces? Dicen que el mejor maestro es el
tiempo, sin necesidad que le haga preguntas el da las mejores respuestas. Definitivamente
el tiempo contesta las preguntas, pero si el día que me conteste ¿Ya no me
importan las respuestas? Ahora, si no me quieren responder como hasta ahora, debo
entender que el silencio también es una respuesta. Y tal vez es el silencio el
que me está dando todas las respuestas que necesito. A partir de hoy, no pediré
más respuestas, ¡Interpretaré silencios! Sin embargo, haré una última pregunta:
¿Cuántas cosas más se han llevado a cabo a escondidas sin que yo nunca llegue a
saber nada de ellas?