Hubo un tiempo en que había tiempo para perder el tiempo. ¡Ya no! Lamentablemente,
la vida es muy corta y a mi edad el tiempo cuenta. No es que tenga poco tiempo,
sino que pierdo mucho. Por ejemplo, dejé de sentir celos cuando vi que personas
como yo, hay muy pocas. Cuando me di cuenta lo mucho que vale mi presencia.
Cuando vi que ninguno es competencia, pero lo más importante, cuando aprendí
que cada quien habla con quien quiere hablar, escucha a quien quiere oír y está
donde y con quien quiere estar. Si hasta el día de hoy he confiado, demostrado y
esperado sin resultado alguno, es momento de callar, irme y no perder tiempo. ¡A
estas alturas hasta enojarme es perder tiempo! Debo conocer la diferencia entre
tener paciencia y perder mi tiempo. Pablo Neruda se preguntaba: “¿Cuál será la
diferencia entre tener paciencia para nada y perder el tiempo?". Si sé que algo
nunca llegará y sigo esperando es perder el tiempo. Y qué manera de perder el tiempo
¿NO? ¿Qué sentido tiene perder el tiempo en cosas malas? ¿Sinsabores, dudas, incertidumbre,
desgaste, dolor o soledad? He aprendido que solo hay dos cosas que puedo
perder: el tiempo y la vida. La segunda es inevitable, ¡La primera
imperdonable! Por eso, a partir de hoy, en vez de restar días, sumaré
experiencias y cambiaré todo aquello que me hace perder el tiempo por aquello
que me haga perder la noción del tiempo. Ojalá que cuando me digan te quiero no
coincida con el día en que deba decir ¡Te quise!