Eran amantes eternos, buscarse y encontrarse una y otra vez era su
karma. Volvían a conocerse, a coquetearse y hablar todos los días. Regresaban a
las tonterías ocurrentes y a las pláticas sin sentido de madrugada. Eran dos
tontos que volvían a decirse que se gustaban, suspirando el uno por el otro y
con sus caras ruborizadas. Se volvían locos de risa, ebrios de nada y paseando
sin prisa por las calles, eso sí, tomados de la mano, mejor dicho… del corazón.
Ella estaba enamorada de sus demonios y él de sus miedos. –Quédate conmigo –¿Y
si no funciona? –Lo intentamos otra vez. ¡Porque de eso se trataba! De sentir
otra vez, de tocar el cielo, de besar muy lento y de querer de nuevo. Se
enamoraban una y otra vez, sin remedio, como nunca, como siempre, como todos
los días. ¿Y si mañana volviesen a nacer? Se volverían a buscar y volverían a
escogerse otra vez sin pensarlo. ¡Es verdad! Cometerían errores, volverían a
intentarlo, fallarían, mandarían todo al carajo y empezarían otra vez si es
necesario. Ante la mirada estupefacta del mundo entero, se decían el uno al
otro: “Sigamos, aquí no pasa nada. Jamás probar es igual a jamás fracasar. ¡Da
igual! Probemos otra vez, fracasemos otra vez, ¡Fracasemos mejor! Sin importar
lo que pasó ayer ¡Aquí vamos de nuevo! ¿Qué si volvemos a caer? Pues nos
levantamos, otra vez. Porque cada vez que nos levantamos llegamos más alto”. Con
los años, ambos cavaron su propia tumba y escribieron juntos el epitafio: -Por
lo menos lo intentamos…