domingo, 7 de enero de 2018

Barbos y Jojoutka

Cierto día, Barbos, el fiel perro guardián que sirve celosamente a su amo, patrullando día y noche el patio y los jardines, ve a su vieja amiguita Joujoutka, la perra faldera de largos rizos, sentada en la ventana sobre un lujoso almohadón de plumas. Se acerca con cariño, como un niño a su padre, y casi echa a llorar de emoción. Al pie de la ventana gime de alegría, retoza y mueve la cola. “¿Cómo estás viviendo ahora, Joujoutka mía, desde que el amo te hizo ingresar a su mansión? Sin duda recuerdas cuantas veces, aquí afuera, en el patio, hemos pasado hambre juntos. ¿Cómo te atienden ahora?” “Sería un pecado contestar contra mi buena suerte –contestó Jojoutka-. Mi amo ya no sabe qué hace para gratificarme. Vivo entre el lujo y la riqueza y como y bebo en vajilla de plata. Juego con el amo y, cuando me canso, dormito sobre mullidas alfombras o un cómodo sofá. Y a ti, ¿Cómo te está yendo?” “¿A mí? –Responde Barbos, que deja caer la cola como un látigo mojado y agacha la cabeza-. Yo vivo como siempre. Sufro el hambre y el frio; y aquí mientras custodio de los extraños la casa de mi amo, tengo que dormir junto al muro, y cuando llueve me empapo. Y si en algún momento ladro sin motivo, me azotan. ¿Pero cómo es posible, Jojoutka, que tú, que siempre fuiste tan débil y pequeña, hayas conseguido tan alto favor, mientras que yo hago lo imposible por mi amo, sin lograr nada de Él? ¿Qué es lo que haces?” “¿Qué es lo que hago? ¡Vaya pregunta que me haces! –Replicó Jojoutka, con tono burlón-. Yo camino en dos patas”. (Ivan Kriloff)