¿Quién no enmudece ante el destello del relámpago en el cielo?
¿Ante una repentina inundación o a la rapidez y ferocidad de un animal salvaje?
¡La naturaleza nunca revela sus trucos! Nos impresiona por su aparición repentina,
su gracia natural y su poder sobre la vida y la muerte. A través de la ciencia
y la tecnología, hemos recreado la velocidad y el poder sublime de la
naturaleza, pero hay algo de lo que ese poder carece: nuestras maquinas son
ruidosas y muestran con claridad el esfuerzo que realizan. Ni las mejores
creaciones de la tecnología pueden apagar nuestra admiración por las cosas que
se mueven con gracia y sin esfuerzo. Tal es el caso de la voluntad que nos
imponen los niños: un encanto seductor
que ejerce sobre nosotros una criatura menos deliberada y más graciosa
que nosotros. Todos admiramos cualquier tipo de logro extraordinario, pero si
es alcanzado con gracia y naturalidad nuestra admiración se multiplica, mientras
que trabajar arduamente en lo que se está haciendo y alardear de los grandes esfuerzos
realizados demuestra una extrema falta de gracia y resta valor a todo lo que se
hace, por más meritorio que fuere. Cuando miras a un caballo de carrera de
cerca, observas la tensión, el esfuerzo por controlar el caballo y la
dificultosa respiración. Pero de lejos, desde donde estamos sentados, solo se
ve su gracia y su casi vuelo por el espacio. Mantén a otros a distancia, y que
solo vean la gracia con que te mueves. Esa gracia y facilidad genera admiración
en los demás y les hace creer que puedes lograr o hacer más.