La mayoría somos tímidos. Queremos evitar tensiones y conflictos y
deseamos que todos nos quieran. Quizá consideremos realizar acciones audaces,
pero rara vez las llevamos a cabo. Tenemos temor a las consecuencias; de lo que
los demás podrían pensar de nosotros, de la hostilidad que generaremos si nos
atrevemos a ir más allá de lo habitual. Cuando Cristóbal Colon propuso a la
corte española que financiara su viaje a las Indias. También exigió, en
delirante audacia, que le otorgaran el título de “Gran Almirante de los Mares”.
¡La corte accedió! El precio que fijó fue el precio que obtuvo: exigió que lo
trataran con respeto, y lo consiguió. La timidez no es natural, al contrario,
es un hábito adquirido a partir de un deseo de evitar conflictos. El valor se
reduce con la timidez y se crea un círculo vicioso de duda y desastre. 1 Samuel
17: 45 y 46 cuenta la historia de un pequeño y joven pastor hebreo que desafió
a un gigante filisteo de 2,9 metros: “Entonces dijo David a Goliat: Tú vienes a
mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de
los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová
te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré
hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la
tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel.” Goliat fue derrotado y
herido con una honda y una piedra y muere decapitado con su propia espada… ¡Lo
que hagas, hazlo con audacia!