Durante siglos nos han hecho creer que el hombre es el fuerte, el
que domina, el jefe de familia, el que no llora ni muestra sus emociones. La mujer es atenta, obediente, sacrificada,
da todo por los demás, sigue a su marido “hasta que la muerte los separe”. Sin
embargo la Biblia nos muestra una opinión clara y contraria ante estos
prejuicios. En su carta a la iglesia de Efeso, el apóstol Pablo brinda una
serie de recomendaciones en cuanto al amor que el esposo debe profesar a su
mujer: “Esposos, amen a su esposa así como Cristo amó a la iglesia y entregó su
vida por ella… El esposo debe amar a su esposa así como ama a su propio cuerpo;
el que ama a su esposa, se ama a sí mismo porque nadie odia a su propio cuerpo.
Todo lo contrario, lo alimenta y lo cuida, así como Cristo cuida a la
iglesia.” Efesios 5: 25, 28 – 29 (PDT).
Ademàs el mismo apóstol hace una clara referencia al joven pastor Timoteo en
cuanto a que el marido es responsable de mantener a su familia: “El que no
provee para los suyos, y sobre todo para los de su propia casa, ha negado la fe
y es peor que un incrédulo.” I Timoteo
5: 8 (NVI). El apóstol Pedro, en su primera carta es categórico respecto al
peligro de que los maridos pueden peligrar al no ver sus oraciones contestadas,
según el trato que brinden a sus esposas: “…ustedes esposos, sean comprensivos…
tratando cada uno a su esposa con respeto, ya que como mujer es más delicada,…
Así nada estorbará las oraciones de ustedes.” I Pedro 3: 7 (NVI).