Ella moría de sed… tal vez era su propia piel la que le hacía
sentir ese infierno. Estaba ahí, entre sus ganas de arriesgarse y el miedo a
enamorarse. Sin embargo, quería besarlo hasta averiguar que sabor tenían sus
sueños. ¡Tanta seducción junta en sus labios! Si bien es cierto, era de buen
parecer, su seducción no estaba en su belleza física, sino en sus gestos. No
dependía de sus ojos sino de cómo la miraba. La seducía con su inteligencia más
que con su apariencia. Sabía que si seducía su mente podría tener su cuerpo, más
aún, si seducía su alma, seria suya para siempre… Era como si lo hubiese estado esperando toda su vida, un
enamorado empedernido y seductor de lo que le atrajera, conquistador de sus
gustos y deseos, la enamoraba convirtiendo lo básico en extraordinario. No la
conquistaban las flores y los chocolates. Prefería las acciones, los hechos,
pocas palabras, más sonrisas, menos lágrimas, más detalles sentimentales y
menos detalles materiales. Siempre sería mejor alguien que le hiciera creer
cien por ciento en el amor, alguien que supiera seducirle el alma, la mente y
no solo el corazón… La llevó despacio, con sus palabras, con sus silencios y su
juego de seducción. Lo dejó sentir su cuello, su pelo, sus labios y que le
clavara su mirada de deseo. Lo abrazó como si fuera la última vez y se unió a
firmemente a su existir sin jamás soltarla de sus brazos. ¡Nunca había sentido
esa piel antes! No existía una causa en esta tierra que pudiera explicarle el
deseo que sentía al estallar su piel en un deseo apasionado, único… FIN