El tiempo es corto o largo dependiendo de nuestra percepción. Para
un niño el tiempo es largo y lento, con grandes espacios; el tiempo de un
adulto pasa con aterradora rapidez producto de un torbellino interior causado
por sus emociones. Cuando se apura el paso por temor o impaciencia, se crea una
cantidad de problemas que hay que resolver y al final se termina tardando mucho
más que si se hubiese optado por un ritmo más pausado. A veces, quienes caminan
de prisa podrán llegar antes, pero los papeles vuelan por todas partes,
aparecen nuevos peligros y los apresurados se encuentran en un constante estado
de crisis, obligados a solucionar problemas que ellos mismos han creado. Los
apresurados suelen confundirse viendo solo lo que quieren ver. Por tanto,
desacelere el tiempo, no para vivir más años o para disfrutar más del momento.
Al contrario, si su mente se encuentra libre del estorbo de las constantes
emergencias, le resultará más fácil ver con claridad el futuro. Logrará
resistir las tentaciones que otros le ponen delante de sus narices y evitara
convertirse en una víctima impaciente. Además tendrá más espacio para mostrarse
flexible ante otras oportunidades inevitables que surjan inesperadamente y que
se habría perdido de haber forzado la marcha. Desacelerar el tiempo le ayudara
a no pasar de un asunto a otro sin concluir el primero, así le lleve años.
Recuerde que el éxito que se construye en forma lenta y segura es el único que
perdura. Bajar el ritmo le permite obtener una perspectiva de los tiempos en
que vive, tomar cierta distancia y ubicarse en una posición menos emocional,
para ver con mayor claridad las cosas por venir.