La hacía sentir más estimable al escribirle poemas y entonarle
bellas canciones, porque ningún trovador podría triunfar sin una cualidad
estética o espiritual para impresionar a su dama. El no permitía que sus
propias ocupaciones se inmiscuyeran en la fantasía del cortejo. La intensa
atención halagaba enormemente su vanidad femenina, al ser escrupuloso en la
atención de los detalles lo cual indicaba cuanto la pensaba. Un hombre así es
odiado por otros caballeros, porque las mujeres empiezan a esperar que ellos se
ajusten al ideal de paciencia y atención que él representa. ¡Pues nada es más
seductor que la paciente atención! Esto hace que la aventura parezca honrosa,
estética y no meramente sexual. Además, Él le sugería algo a lo que ella debía
aspirar y le manifestaba su fe en un desaprovechado potencial que veía en ella.
Le hacía desaparecer todas sus imperfecciones sacando a relucir sus nobles
cualidades, la encuadraba en un mito, la divinizaba, la inmortalizaba… Él era
un enigma. Su vida privada y su personalidad siempre estuvieron envueltas en el
misterio. El compartía muchos rasgos femeninos sin perder su identidad
masculina. ¡Esta ambigüedad la estremecía! La cortejaba como lo haría una mujer
si fuera hombre: pausada y considerablemente, prestando atención a los
detalles, fijando un ritmo en vez de apresurar la conclusión. Cuanto más
sutilmente femenino se volvía, más eficaz la seducía: Cuidadoso en su
apariencia, grato, elegante y con cierto grado de coquetería pero
devastadoramente masculino… (Continuará)