Recurrir a las palabras para presentar una causa es una actitud
arriesgada: las palabras son instrumentos peligrosos y a veces no dan en el blanco.
Las palabras que usa la gente para persuadirnos nos invitan a traducirlas a
nuestros propios términos; las reformamos y a menudo terminamos por interpretar
lo opuesto de lo que nos han dicho. (Esto forma parte de nuestra perversa
naturaleza). Lo visual, en cambio, tiende un puente sobre el laberinto de las
palabras. Nos impresiona con un poder emocional y una inmediatez que no dejan
espacios para la reflexión o la duda. Sun Tzu decía que: “Las palabras no son
escuchadas, por eso se hacen los símbolos y los tambores”. Las palabras nos
ponen a la defensiva. La imagen, en cambio, se impone por sí misma, como algo
dado. Desalienta las preguntas, genera asociaciones poderosas, resiste interpretaciones
equívocas, comunica al instante y forma lazos que trascienden las diferencias
sociales. Las palabras generan discusiones y divisiones. Una imagen une a la
gente. Queda clara la predominancia de la vista sobre los demás sentidos. Como decía
Gracián: “Por lo general, la verdad, se ve, muy rara vez se oye”. El concepto
abstracto del símbolo: amor, redención, sufrimiento, valor, humildad, etc., está
cargado de asociaciones emocionales y poderosas.