Muchos hombres son gobernados por el corazón y no por el cerebro. Sus
planes son vagos y, cuando se encuentran frente a obstáculos, improvisan lo
cual les permite sobrevivir hasta la próxima crisis. ¡Esto jamás sustituye una planificación
concreta, de principio a fin! La mayoría de la gente está demasiada prisionera
del momento presente ignorando los peligros de los placeres inmediatos. Tienen
la tendencia humana de reaccionar ante los hechos a medida que estos se
producen, obviando el dar un paso atrás e imaginar el cuadro total que se
desarrolla más allá del campo visual inmediato. Creen que son conscientes del
futuro, que planean y piensan por adelantado cuando en realidad lo que hacen es
sucumbir a sus deseos, a lo que ellos quisieran que fuera el futuro. Centran su
atención en un final feliz y se auto engañan mediante la intensidad de su
deseo. Si supiésemos ver los peligros remotos –los que acechan a la distancia-,
cuantos errores podrían evitarse. A veces no se trata de hacer, sino de “no
hacer”: las acciones precipitadas y necias que debemos evitar para no meternos
en problemas. Los finales tristes son mucho más frecuentes que los finales
felices que han sido pintados por la imaginación. Cuando usted ve con claridad
todos los pasos que tiene por delante y planea su accionar hasta el desenlace
final, no se verá tentado por las emociones ni por los deseos de improvisar y
se liberará de la angustia. ¡El final lo es todo! Es el desenlace de la acción
lo que determina quién se queda con la gloria, con el dinero, con el premio…