Desde los 10 años, desconocidos por la calle le susurran sus fantasías
sexuales. No sonríe porque está cansada de que le digan lo que le harían.
Resulta increíble que, en la calle, los acosadores caminen tranquilos y ella
no… Está harta de escuchar frases tan vulgares como: “Mami, si te agarro te
hago otro hijo” o “Mamita, ¿Te acompaño o te persigo?” ¡Le silban como si fuera
un perro! Se siente como un pedazo de carne cuando escucha: “Que culito mi
amor” o “Mamita, con esas tetas me salen dientes de leche nuevos”. Su cuerpo no
quiere opiniones, solo desea caminar por la calle tranquila. Se viste para ella
y no para otros. No puede sentirse condicionada a que ropa, de su closet, debe
usar o en que horarios. El hecho de que haga uso del espacio público no le da
derecho a nadie de decirle que su cuerpo también lo es. No quiere sentirse
valiente cando sale a la calle; quiere sentirse libre. Todo aquello que le
digan en la calle y que se considere ofensivo no es un piropo. Las cosas deben
llamarse por su nombre y hay que dejar de decirle “piropo” al “acoso callejero”.
Aparte del temor al robo y asalto, las mujeres experimentan el miedo a la
violación y el secuestro y están expuestas en forma cotidiana a la violencia
que se expresa a través de comentarios obscenos, miradas intimidatorias,
proposiciones sexuales, fotos sin permiso, persecuciones de desconocidos,
abordajes y tocamientos. Denunciemos, exijamos respeto y construyamos un
espacio público libre de violencia…