Como seres humanos, todos tenemos una necesidad desesperada de
creer en algo, en cualquier cosa. Esto nos vuelve fundamentalmente crédulos. Basta
con que se nos tiente con alguna nueva causa, un elixir mágico o una fórmula de
enriquecimiento rápido para que mordamos el anzuelo. La historia está repleta
de cultos y tendencias que han atraído masas de seguidores y que podrían llenar
bibliotecas enteras. Se fabrican santos y religiones a partir de la nada
mientras que un charlatán se ubica en una elevada plataforma o “saltimbanqui”.
La multitud emocionada y sin razonamiento se apiña a su alrededor mientras el charlatán
hace promesas de algo grandioso y transformador inventando palabras nuevas ¡Creando
la impresión de un conocimiento elevado! Divierte a los aburridos y mantiene
lejos a los cínicos inventando rituales exóticos de culturas lejanas. Posteriormente
organiza a sus feligreses por jerarquía según su grado de santidad. Disimula su
vida de lujos y el fraudulento origen de su riqueza proveniente de sus ingenuos
seguidores haciendo que ellos copien sus métodos para obtener los mismos
resultados que el gurú. Y para mantener unidos a sus seguidores crea la dinámica
de “nosotros contra ellos” haciéndoles creer que son un club exclusivo unido por
lazos divinos y que el resto de la humanidad son “no creyentes” y miembros de
fuerzas malignas.