Nuestro buen nombre y nuestra reputación dependen más de lo que
ocultamos que de lo que revelamos. Todo el mundo comete errores, pero quienes
son realmente hábiles y sagaces se las arreglan para ocultarlos y hacer que
otros carguen con la culpa. La idea es desviar la atención de nuestra persona y
focalizándola en un chivo expiatorio conveniente, antes de que la gente tenga
tiempo de ponderar nuestra responsabilidad o posible incompetencia. El recurso
del chivo expiatorio es tan viejo como la civilización misma y se encuentra en
todas las culturas: Los antiguos hebreos solían tomar un chivo vivo, sobre cuya
cabeza el sacerdote apoyaba ambas manos mientras confesaba los pecados de los
Hijos de Israel. Los pecados eran transferidos al animal el cual era conducido
y abandonado en el desierto. Atenienses y aztecas utilizaban seres humanos los
cuales eran criados y alimentados para ese fin. Cualquier tragedia como hambre
o peste en el pueblo era considerada un castigo divino que se suponía seria
erradicado con la muerte de un inocente. Es muy lamentable la reacción humana
de negarse a buscar en uno mismo la culpa de un error o un delito y, en cambio,
echársela a algo o alguien externo. El uso del chivo expiatorio sigue siendo
hoy una práctica tan común y corriente como siempre ha sucedido a través de la
historia humana.