Solo una minoría triunfa en el juego de la vida, y los integrantes
de esa minoría inevitablemente despiertan la envidia de quienes los rodean. Una
vez que usted conozca el éxito, la gente que usted más debe temer es aquella
que tiene más cerca, en su propio círculo: los amigos y conocidos que usted,
con su triunfo, ha dejado atrás. Esquilo (525-456 a.C.) dijo: “No muchos
hombres pueden amar sin sentir envidia a un amigo cuya fortuna prospera… sienten
la felicidad de los demás como una maldición propia”. Los sentimientos de
inferioridad les roerán las entrañas; pensar en el éxito de usted solo acentúa
la sensación de estancamiento o fracaso que experimentan. Una de las cosas que más
difíciles resultan al ser humano es manejar sus sentimientos de inferioridad
ante alguien que le supera. Esta perturbación despierta emociones negativas: ¡Envidia!
La cual nadie admite porque es un sentimiento que la sociedad condena. Admitir
la envidia es demostrar nuestra inferioridad de modo que es un sentimiento
clandestino. Plutarco (46 – 120 d.C.) decía que: “De todos los trastornos del
alma, la envidia es el único que nadie admite tener”. Siempre es peligroso
mostrarse superior a los demás. Recuerde que la envidia genera enemigos
silenciosos. A veces no queda otra que poner de manifiesto sus propios defectos
y admitir vicios inofensivos con el fin de desviar la envidia y parecer más
humano y accesible. “La envidia, dijo Thoreau, es el impuesto que debe pagar la
distinción”.