“Dos jóvenes gallos pelearon sobre un gallinero. Uno era más
fuerte; derrotó al otro y lo echó del gallinero. Todas las gallinas se
reunieron en torno al gallito vencedor y comenzaron a elogiarlo. El joven gallo
quiso que su fuerza y su gloria se conocieran en el terreno vecino. Voló hasta
el techo del gallinero, agitó las alas y cantó con voz fuerte: -Mírenme todos.
Soy el gallo victorioso. Ningún otro gallo del mundo tiene tanta fuerza como
yo-. El gallito no había terminado de pronunciar esas palabras cuando un águila
lo mató, lo aferró con sus garras y lo llevó a su nido” (León Tolstoi). No hay
nada más embriagador que la victoria, pero tampoco nada más peligroso. El éxito
causa extraños efectos en la mente del hombre. Lo hace sentirse invulnerable,
al tiempo que lo vuelve más hostil y descontrolado. Permitir que la seducción del
momento o un triunfo emocional influya sobre usted o dirija sus movimientos podrá
resultarle fatal. Cuando usted logra el éxito, ¡De un paso atrás! Muéstrese
cauteloso. No hay nada mejor momento para detenerse y retirarse que después de
una victoria. Si sigue avanzando se arriesgará a reducir el efecto e incluso a
terminar derrotado. La historia está sembrada de ruinas de imperios victoriosos
y cadáveres de líderes que no supieron cuando detenerse y consolidar sus
conquistas.