Una reacción enfurecida puede generar miedo y terror al principio,
pero a medida que pasan los días y el ambiente se despeja, aparecen otras
reacciones: vergüenza e incomodidad ante el descontrol de quien demostró de tal
forma su furia, y resentimiento por las expresiones vertidas. Al perder los
estribos, la persona airada siempre hace acusaciones injustas y exageradas. Los
berrinches solo crean duda e inseguridad. Este tipo de tempestuosos estallidos
suelen presagiar una caída que incluye la pérdida de respeto por parte de los
demás. La persona furiosa termina pareciendo ridícula, porque su reacción suele
resultar desproporcionada con respecto a lo que la provocó: Ha tomado las cosas
demasiado en serio y exagerado la dimensión del daño o el insulto del que ha
sido víctima. Sun-Tzu decía que: “Un soberano nunca lanza un ejército al ataque
por ira; un líder nunca debiera iniciar una guerra a partir del odio”. Si una
persona se enfurece con usted deberá recordar que esa ira no va solo dirigida a
usted… ¡No sea tan vanidoso! La causa es mucho más grande, se remonta en el
tiempo, acumula docenas de heridas previas, y en realidad no vale la pena
intentar comprenderla. Usted puede revertir esa pérdida de control del otro y
usarla en beneficio propio: Usted mantiene fría la cabeza, mientras que el otro
la pierde. ¡No reaccionar resulta una reacción excelente! Nada es tan irritante
como un hombre que mantiene la calma mientras los demás la pierden.