Su mirada era penetrante, su oratoria apasionada y con un aire de
misterio que lo hacía parecer extraordinario y superior, induciéndola a imaginar que era más grande de
lo que parecía: un dios, un santo, una estrella. Era inexplicable de donde procedía
su seguridad o satisfacción ¡Tal vez su creencia en sí mismo! O su osadía y
serenidad a la vez. Resplandecía sin dar la impresión de un esfuerzo consiente,
lleno energía y deseo, como el aspecto de un amante, instantáneamente atractivo,
vagamente sexual… En tiempos difíciles, siempre se mostraba sereno, resuelto y
con un perspicaz sentido práctico que provocaba, que ella se arrojara en sus
brazos cual protector y salvador de su caos. ¡La hacia huir en sueños y fantasías!
Prestándole atención a su ropa, sus gestos, haciéndola hablar de su pasado en
particular de sus romances. Ella sabía que Él no le ofrecía otra relación, otra
restricción, sino la oportunidad de huir de su corral y vivir intensamente sensaciones
jamás experimentadas. El despertó su deseo y llamó su atención a tal grado que había
convertido su presencia física en una obsesiva presencia mental: Su tentadora
forma de vestir, su mirada sugestiva ¡La hacía sentir a gusto! Otorgándole el
permiso de abrir la puerta dorada a su cuerpo: su mente. Ella le entregó su
carácter, gustos, debilidades, los anhelos infantiles que regían su
comportamiento adulto. Su mente era un bombardeo de imágenes. ¡Ella estaba
atrapada! (Continuará…)