No confíes en cualquier palabra, sonrisa, beso o abrazo. Las
personas saben fingir demasiado bien. Mucho menos te confíes de los halagos.
Recuerda que el hombre acaricia el caballo solo para poder montarlo. No es
necesario mostrar bellezas a los ciegos, ni decir verdades a los sordos. Basta
no mentir al que te escucha, ni decepcionar al que confió en ti. Las palabras
conquistan temporalmente, pero lo hechos, esos si nos ganan o nos pierden para
siempre. La desconfianza es como la mala hierba, una vez que la siembras no
hace falta cultivarla, crece solita. Muchas cosas no son como uno las cree que suceden,
sino como nos las hacen creer. Pierdes
la cuenta de las veces que piensas que todo será diferente y sabes que no será así.
No te molesta que te hayan mentido, lo que te molesta es que ya no podrás
confiar en esa persona. ¡Una mentira suya ha puesto en duda mil de sus
verdades! A partir de ahí dejas de creer en los demás, no por desconfianza, es
solo el resultado de tu experiencia. Dejas de confiar hasta en tu sombra, pues ella
te abandona incluso en la oscuridad.